MARTE

TEXTO Y CURADURÍA DE AURORA BERRUETO
INTERVENCIÓN A ESPACIOS ABANDONADOS DE FEDERICO JORDÁN

La siguiente crónica fue realizada durante la celebración del sexagésimo aniversario de la Facultad de Artes Visuales de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Escrito en abril de 2020 por la maestra Aurora Berrueto en San Antonio, Texas.

MARTE: Federico Jordan, Aurora Berrueto Kory

“¡Tiene que ser Marte!” me dijo Federico Jordán cuando hablamos sobre su nueva intervención, misma que presenciaría como parte de mi investigación de tesis.

Arreglamos fechas y preparativos, firmas y permisos de la Universidad[1] y viajé a Saltillo dispuesta a la aventura. Emprender un viaje con Jordán (aunque sea a la tienda de la esquina) siempre resulta en un acontecimiento.



MARTE: Federico Jordan, Aurora Berrueto Kory

I

3 de noviembre por la mañana. El Laboratorio estaba listo esperándome. Nos habían ofrecido una vagoneta, pero en cuanto el dueño supo que íbamos a Marte, el ofrecimiento se silenció. El maestro Jordán me dijo que era lo mejor, que el Laboratorio (así llama a su carro) estaba acostumbrado a derrames de pintura y malos tratos.

De esta manera fue que él conducía el vehículo. Después fuimos por gasolina, agua y aceite además pasamos por pinturas y algunos materiales de ferretería.

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El cielo azul del desierto se abrió en cuanto salimos de la ciudad hacia la carretera de cerros chatos y pocas curvas. Había un retén militar, tragué saliva. El Laboratorio sólo tenía una placa pero quién iba a pensar mal de un Chevy azul con una carita sonriente pintada sobre la cajuela. El maestro Jordán dijo a los soldados que éramos periodistas y nos dejaron pasar sin preguntar mucho sobre nuestras intenciones de viaje.

En mi caso, iba en mi papel de investigadora con pluma y libreta en mano, dispuesta a tomar notas. A pesar de no saber qué era lo que Jordán planeaba crear, tenía la certeza de que el éxito nos acompañaba. Había observado la fe con que Jordán aborda sus proyectos y me contagié de ella.

El paisaje empezó a aplanarse a medida que avanzábamos. Menos cerros, menos vegetación, largas cercas de púas delimitando propiedades. Nos desplazábamos por la carretera antigua a Torreón y los recuerdos empezaron a brotar. Por este camino viajaba don Elpidio Gómez Colmenares con su nieto Federico Jordán Gómez, de Saltillo a Torreón y de regreso.

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El pequeño miraba por la ventanilla del auto, repasando los letreros, los nombres de los cafés, las salidas y ahí estaba “Marte 5 km”. Federico quería bajar, recorrer los cinco mil metros e ir a ver a los marcianos ¿Dónde estaban sus casas?, ¿qué comían?, ¿tenían naves? Los recuerdos se agolparon.

Empecé a anotar e iniciamos un diálogo sobre los recuerdos. ¿Hasta dónde son nuestros? ¿Cuándo dejan de ser nuestros si los compartimos?

Me apropié del niño y de su abuelo, los metí en mis apuntes y proseguimos en el camino. Antes que apareciera el letrero de “Estación Marte” el maestro Jordán me dijo “Ahí esta el cerro de Marte”. “La tierra prometida”, pensé. La planicie era blanquecina y en el fondo un cerro de cima plana aguardaba como un vigilante.

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Llegamos a la salida indicada y entramos al camino de terracería que las lluvias habían modelado, dejándolo estriado y lleno de pozos. Fue en ese momento cuando empecé a sentir calor, no sé si debido al temor de no contar con un conductor autóctono, conocedor de cada surco, o ya notaba el esfuerzo del pequeño motor del Laboratorio luchando contra el desierto, quien más bien creo se movía por otra energía.

Me esforcé para encontrar el lado más parejo del suelo para guiar al maestro Jordán, pero me rendí. Donde yo veía plano, él veía un pozo y viceversa. Esta percepción encontrada continuaría hasta que Marte se metió en mi cabeza y dejé de ver un poblado de un centenar de casas (de las cuales la mitad estaban deshabitadas) para contemplar un espacio de encuentro metafísico y lucha territorial.

Había visto algunas fotografías que Federico Jordán tomó en el pueblo hacía un par de años. En su serie “Naufragios” reconoce el noreste mexicano en un afán exploratorio similar al de álvar Núñez Cabeza de Vaca (de ahí el título). Es necesario olvidar para redescubrir estos territorios con ojos nuevos. Especialmente cuando son parte de tu bagaje o más bien, eres parte de ellos. No fue lo mismo para el español que era ajeno.

MARTE: Federico Jordan, Aurora Berrueto Kory
Fotografía de Aurora Berrueto. Federico Jordán y su abuelo Elpidio caminan en Marte.

Revisando las fotos de esa serie, pude ver sus imágenes de La Rosilla, Durango; de las sierras de Arteaga, Coahuila; de intervenciones y esculturas en Saltillo y Monterrey (todas realizadas in situ). Marte sin duda sería una parada importante para este conquistador contemporáneo.

Para entrar al pueblo hay que pasar las vías del tren, por eso es Estación Marte. Fue fundada después de la construcción de la Estación Ferroviaria Internacional Mexicana en 1892, en la cabecera del municipio de General Cepeda, Coahuila, al cual pertenece Marte.

En resumen las compañías ferroviarias norteamericanas hicieron estaciones a lo largo de las vías por las cuales pasarían sus trenes, les dieron nombres como Venus o Marte y en ellas crecieron pequeñas villas.

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En Marte se cargaban los trenes para la industria minera con carbonato de estroncio extraído en una mina de cielo abierto a cuarenta kilómetros del lugar. La compañía minera cerró sus operaciones en 1999 por lo cual Marte decrece al haberse agotado la principal fuente de empleo. Ahora sólo un par de familias dan mantenimiento y control a las vías del tren. El resto trabaja en ranchos de la región o recolectan orégano del monte pues en Marte no hay agua para siembra o pastoreo.

El pueblo tiene una calle principal que corre a lo largo de las vías del tren. Ahí están las antiguas plataformas de carga, la tienda, algunas casas, la cantina. A la vuelta hay una escuela primaria.

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Nos estacionamos y caminamos para dar una vuelta rápida a las calles principales. Antes de acercarnos a hablar con un vecino, vi al maestro Jordán inclinarse, como haciendo una reverencia. Había salido el primer marciano, con sombrero jordanesco, a que le presentáramos credenciales. El maestro Jordán empezó a fotografiarlo y yo tomaba notas breves estilo “foto 1”, pero no hice reverencia, desconocía la etiqueta marciana y las consecuencias de no cumplir con ella.

El mismo vecino que proporcionó su silla para el Marciano 1, a quien anoté como “Comité de Bienvenida”, nos dijo que el señor de la tienda “era el dueño de todo” y que él nos podía dar permiso para pintar. Cerramos el Laboratorio y fuimos a la tienda.

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El primer marciano.

La luz brillante que azotaba el paisaje quedó afuera al entrar a la tienda. Era una casita de ventanas pequeñas construida de adobe y varas de mezquite, Las paredes tenían estantes con productos para limpieza, medicinas y alimentos. También había un refrigerador de Coca-Cola y los exhibidores de Bimbo, Bokados y Marinela.

El dueño salió de una puertecita detrás del mostrador. Era un hombre mayor, camisa de cuadros, sombrero vaquero y la piel roja, tostada por el sol. Tomé varias botellas de agua y un par de bolsas de cacahuates, aunque no las necesitábamos había que comprar algo para romper el hielo.

Jordán habló con el dueño de la tienda y le pidió permiso para “caminar y pintar algunas cosas”. Con pocas palabras nos contestó que sí, que hiciéramos lo que quisiéramos, pero nos observaba con cuidado.

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Comida marciana.

Salimos y caminamos un poco sobre las vías del tren. Fue cuando el niño tomó trozos de madera y piedras y empezó a construir sobre las vías. No vi al abuelo. Hacía patrones con los restos de basura sobre el piso, con alambres, tapas de refresco o botellas aplastadas. También me mostró un plato metálico con algo adentro y dijo “comen tornillos”.

La pintura y los materiales estaban en el Laboratorio, así que lo movimos hacia las plataformas. Cerramos todo y caminamos de nuevo. Las plataformas estaban derruidas en partes, había mucho escombro y montículos de arena y gravilla de construcción, así como viejos castillos de adobe de edificaciones ya inexistentes. Subíamos y bajábamos en un prodigio de baile ritual.

Sobre un montículo estaba el sacerdote, su cabeza de piedra vigilaba, pero sus manos en posición de orante señalaban su intención de contactar. Busqué al niño para mostrárselo y decirle que tal vez el plato era del sacerdote. Ya no estaba. Ahora estaba el peregrino dando vueltas, caminando con dificultad bajo el sol, oyendo las palabras del sacerdote marciano a la vez que pintaba su cara y le armaba los brazos.

El peregrino asintió en señal de aprobación y seguí sus pasos por un camino entre las construcciones en ruinas. Sobre el piso aparecieron imágenes de marcianos con sombrero, como el de la bienvenida. El peregrino las seguía hasta que llegamos a la base de una plataforma. Ahí debíamos esperar la nave.

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El sacerdote.

Vi al maestro Jordán cargar su maleta llena de herramientas, la mochila y tinas de pintura para empezar un mural sobre la base de la plataforma. Las paredes que alguna vez estuvieron enjarradas y pintadas de color crema, ofrecían un buen soporte para sus figuras monocromáticas y abstractas.

En entrevistas anteriores había constatado que entre algunos de los artistas que lo inspiraban estaba Jean Dubuffet (Francia, 1901-1985), en quien se observa el uso de figuras básicas repetidas en la composición además de su admiración por las pinturas de los niños por su autenticidad y originalidad (l’art brut, en sus palabras).

Dubuffet utilizó conscientemente estas cualidades en su pintura, buscando la belleza en lo trivial y lo habitual[2], considerando sospechoso todo lo pintoresco y de buen gusto.

Jordán había bebido del manantial del francés usando monocromías cuyo efecto procede sólo del signo, del trazo y de la composición. Empezó a trazar y le pregunté si alguna vez había leído los escritos[3] de Jean Dubuffet, me respondió que no. Hice el intento de contarle sobre algunos donde el pintor se opone a la racionalidad y afirma su preferencia por el delirio, pero no fue necesario. Estaba claro que Jordán apostaba más por una experimentación intuitiva que por un despliegue de habilidad técnica y racional.



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La última nave. Vea un registro en video del proceso aquí.

La nave llegaba y se iba. Alcancé a ver algunos pasajeros, creo que el niño y el abuelo iban dentro. Cuando se acercaba, Jordán daba más y más brochazos, agregaba más y más negro, luego blanco.

El tren de la tarde nos pasó por un lado con un fuerte silbato. Me volteé a mirarlo, llevaba muchachos sentados en los techos de los vagones diciendo adiós. “Son migrantes” me dijo el maestro. Yo pensé que eran peregrinos.

Se fue el tren y otra nave estaba allí. Se movía sobre una llanta vieja. Fotografiamos y recogimos los materiales antes de que bajaran los marcianos. Había que volver al Laboratorio antes de que anocheciera.



VIDEO.(2017). Filmed by Aurora Berrueto. Music composed by Luis Fernando Amaya.

II

4 de noviembre. El Laboratorio dispuesto apenas amaneció. Ahora sí llevé un sombrero, a pesar de ser noviembre el sol me dejó exhausta el día anterior.

Salimos mucho más temprano y otra vez la carretera, el retén, el cielo limpio de un azul homogéneo, el letrero de Marte. Nos detuvimos a fotografiar el cerro de lejos, la carretera, el paisaje extraplanetario. Pasamos el tramo de terracería un poco más confiados aunque mi mano seguía apretando la agarradera en el techo del auto.

El lugar despertaba idéntico, vacío. La gente no sale durante el día, sino hasta que baje el sol. La mejor evidencia de nuestra condición de forasteros era andar asoleándonos a deshoras. Si acaso, pasaba una camioneta levantando el polvo de las calles sin pavimento, dejando un aroma a orégano fresco. Marte huele a orégano.



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Fotografía de Aurora Berrueto.

Anduvimos de nuevo para reconocer el terreno. Entramos a un cuarto de adobe y el maestro empezó a trazar en la pared. Esperé la creación de habitantes imaginarios como en su proyecto Casa Abandonada[4] donde intervino el interior de una vivienda en un barrio saltillense.

Tomé mi libreta y empecé a filmar mientras él pintaba. Ante la abstracción e ilegibilidad de sus trazos, opté por hacerle preguntas sobre su trabajo como ilustrador editorial y su contrastante abstracción en la pintura.



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Marcianos.

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Marcianos.

Me contó que en la ilustración la figuración era muy importante para él, por la función de clarificar una narrativa, más tarde él mismo descubriría la movilidad de la imagen de acuerdo a la connotación que el texto le da y su cambio de sentido. “El texto puede dirigir la imagen en muchos sentidos, entonces no era necesaria la figuración y empecé a trabajar más hacia la abstracción.

Es una abstracción que tiene un sentido lúdico, un sentido de juego, de composición”. Esa fue la respuesta de Jordán a mi pregunta que básicamente tenía una propuesta divisoria. Di por sentado que su trabajo como ilustrador estaba aparte de su trabajo como artista visual.

Aún así me contestó pacientemente hasta que llegamos al concepto de “colinealidad”, una serie de puntos situados sobre una misma línea recta. Todos los trabajos de Federico Jordán están sobre la línea de su expresión personal, todos están conectados, pero cada uno tiene su lugar, su momento.



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Guardianes.

Cráneo marciano

No se es sólo ilustrador o sólo artista. Cuando dejé de filmar vi que el niño se había marchado. Estuvo rayando las paredes, comunicándose con los marcianos en un lenguaje de líneas, puntos y medio círculos.

Jordán y yo seguimos buscando muros y de pronto estábamos adentro de un refugio marciano. Afuera había visto algo semejante a una calavera, pero preferí no decir nada y entrar al recinto. En el comedor un ser tomaba sus alimentos, me costó trabajo tomar notas sin interrumpirlo.



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Marcianas.

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Comedor marciano.

Este ser de cuerpo geométrico brillaba. Su cabeza tenía una serie de luces interconectadas que Jordán había grabado con su navaja. Una silla vacía, la mesa puesta, alguien salió del cuarto cuando llegamos. Me concentré en la estructura formal: perspectiva intuitiva, líneas, abstracción. Reconocí influencias de la tradición pictórica mexicana del siglo XX, primordialmente del lenguaje visual más abstracto de Rufino Tamayo (Oaxaca, México. 1899-1991), quien en su obra enfatizó la imaginación sobre la observación y la poética sobre el contenido social[5].

El maestro lo había mencionado “es un juego” pero me empeñaba en encontrar evidencias históricas a pesar de observar ese gozo que hay en su obra al crear arte de la nada, de un lugar que parece devastado y casi extinto.



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Tigre.

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Perro.

Percibimos que algo ocurría, avanzamos a la siguiente sala y un panel de controles había sido abandonado, en la pantalla se veía solamente el paisaje marciano, azul, beige, estático y unas ramas de huizache inmóviles. Pensé que la imagen se había congelado, pero no. Era el desierto quieto, sin la presencia del viento o la lluvia.

Había también un retrato de una figura femenina. Decidimos llamarle Madonna por su semejanza con una robusta Virgen María entronizada del románico. No encontramos más habitantes y salimos por la puerta posterior a caminar alrededor del edificio. Sabíamos que algo sucedía, eran muchos hilos tensos para tanta calma.



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Marciana adolescente.

Vi al maestro Jordán en cuclillas removiendo el polvo. Eran restos marcianos. Empezaron a emerger más y más. Parecía una fosa mortuoria, seres apilados unos sobre otros. Todos con los ojos abiertos mirando al cielo, pero sin vida. Eran cientos de ellos. Nos quitamos el sombrero, los miramos bajo el sol y el aire estático.

Corrimos a la calle principal del pueblo buscando explicación pero nada había cambiado. Debíamos descansar, posiblemente ya estábamos insolados.



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Cementerio marciano.

Lo primero que encontramos abierto fue la cantina. Se veía igual al resto de las construcciones de adobe: una caja rectangular con una puerta y ventanas pequeñas; eso sí, ésta tenía una capa de pintura nuevecita, blanca, anunciando con letras azules la cerveza Corona.

Entramos esperando la reconfortante oscuridad de estas casas para descubrir que no había techo. El cuarto estaba derruido a la mitad exactamente, al fondo se albergaban la barra, bancos, refrigeradores y televisión, esa porción de la habitación sí estaba techada con vigas de madera y tierra compactada.



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Lenguaje marciano.

El maestro Jordán abrió conversación y lo único que nos podían servir eran cervezas. Nos dieron una a cada quien. Solamente había otro cliente, bebiendo en el extremo de la barra. Nos miraba y seguía tomando. Ni una palabra del cementerio o del refugio abandonado.

Pedimos el baño y el dueño me dijo que mejor me pasaba a su casa, estaba atrás. Salió su mujer y me prestó un baño en el medio del patio, prístino. Contrastaba con los techos derruidos y el bar lleno de polvo.

Quisimos volver al refugio, nos encontramos con que ya no había guardianes. Fui a tomar más fotografías y seguía buscando evidencias de los referentes del estilo Jordán. Joaquín Torres García (Uruguay, 1874-1949) era otra de sus fuentes, tenía ese impulso esquemático del Uruguayo y ese uso de “lo mal pintado”, “lo mal armado”, la gestualidad gráfica primitiva.[6]



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Control de nave.

Fuimos a la cantina de nuevo, había que proclamar la victoria. Entramos ahora sí con la gallardía del vencedor. Ahora había un cliente más junto con el dueño y el bebedor anterior, miraban en la televisión un programa de concursos de un canal hispano de Estados Unidos. El concursante era un migrante mexicano y peleaba por un premio de treinta mil dólares construyendo y equilibrando piezas de metal. No voltearon a vernos, el dueño apenas nos pasó una cervezas sin mirarnos, saqué los cacahuates del “Dueño de todo” y comimos.

Federico Jordán ha adoptado el acto de andar en su creación. En sus últimos trabajos hace énfasis en la movilidad (Marte, 2018; Arado, 2018)[7]. Recorrimos una vez más el poblado, dejándonos observar por sus habitantes.



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Bestia.

Anduvimos algunos pasos cuando avistamos una bestia. Era grande y oscura, apenas podía moverse ya. Jordán la enfrentó brocha en mano. Una melodía de cajita musical del siglo pasado empezó a sonar en el ambiente, vi el polvo levantarse. Un hombre vendía nieve que traía desde Saltillo en hieleras acomodadas geométricamente en la cajuela de su auto. Le pedí un tanto para la bestia y le pregunté qué hacía en este lugar tan apartado, “La maldita pobreza”, me contestó.

Peregrinar nos remonta a diversas tradiciones antiguas: desde las culturas prehispánicas originarias de este territorio de nativos nómadas del norte de México, migrantes dejando petroglifos a su paso, hasta la tradición católica medieval que más tarde se fundiera en las colonias americanas.



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Tumba de un rey marciano.

Si bien en los ritos tribales más primitivos se peregrinaba ritualmente, no se distinguía entre trabajo y juego; hechicería, festividad o religión eran considerados una forma de trabajo.[8] El peregrinaje medieval tenía un sentido diferente donde el individuo se lanzaba al camino movido por su fe y deseo de vivir una experiencia liminal, de llegar al lugar sagrado y recibir las promesas de sanación física o espiritual; sin embargo había peregrinos movidos mayormente por su curiosidad[9].

Habíamos de seguir caminando a esparcir la noticia del triunfo. Nos acercamos a la base del cerro, ahí estaba una figura estilo Chac-mool, reclinado, con su ofrenda sobre el vientre y su sombrerito Jordán. Los dioses marcianos eran también mexicanos, o nosotros así los vimos. Nos detuvimos y oramos por los muertos, por la derrota y por la victoria.



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Chac-mool marciano.

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Héroes.

Subimos todo al Laboratorio, también habíamos de regresar antes que anocheciera. El coche arrancó por última vez (al día siguiente fue declarado desbielado) y desde la ventanilla vimos un monumento dedicado a los héroes. Para mí, uno tenía mi cara y otro la del maestro. Según él, eran el niño y el abuelo.

Se levantó el polvo detrás del Laboratorio y las mujeres del pueblo caminaban en fila cargando un retrato de la Virgen María, llevándolo de casa en casa a rezar el santo rosario.


Vea imágenes en realidad virtual de Estación Marte e intervenciones aquí:360
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Notas

1.University of Texas at San Antonio (UTSA). Este texto está basado en el ensayo de mi autoría para el catálogo y trabajo de campo para la exposición Marte: Memorias para Olvidar. Curada para UTSA, como proyecto opción tesis para obtener el grado de Maestra en Artes en Historia del Arte y Crítica en 2018. Regresar a la cita 1.

2.Rhurberg, Karl. Arte del Siglo XX (España, Taschen, 2000), p. 253-260. Regresar a la cita 2.

3.Da Costa Valérie y Hergott, Fabrice. Jean Dubuffet. Obras, escritos, entrevistas. (Barcelona, Polígrafa, 2006), p. 140-141. Regresar a la cita 3.

4.https://fjordan.com/casa-abandonada/ Regresar a la cita 4.

5.Oles, James. Art and Architecture in Mexico. (New York, Thames & Hudson, 2013), p. 249 and 313. Regresar a la cita 5.

6.Pérez-Oramas, Luis. “The Anonymous Rule” en Joaquín Torres-García: The Arcadian Modern. (New York, Museum of Modern Art, 2016), p. 27. Regresar a la cita 6.

7.https://fjordan.com/#works Regresar a la cita 7

8.Turner, Victor and Turner, Edith. Image and Pilgrimage in Christian Culture. (New York, Columbia University Press, 1978), p. 34-35. Regresar a la cita 8.

9.Kendall, Alan. Medieval Pilgrims. (New York, G.P. Putnam’s Sons, 1970), p. 15-17. Regresar a la cita 9.


LX aniversario. Facultad de Artes Visuales. UANL.
©2020 Aurora Berrueto. ©2020 Federico Jordán.